Al concluir la construcción del laberinto de Creta, solamente Dédalo, el inventor, y su hijo, Ícaro, conocían las consignas para entrar y salir de él. El rey Minos exigió usar dicho laberinto para encerrar al Minotauro. Asimismo, decidió encarcelar en una torre a padre e hijo, para mantener a salvo el secreto.
Todas las salidas estaban vigiladas. Imposible escapar a pie. Únicamente había una forma de huir de allí. Volando.
Dédalo fabricó unas alas para él y su hijo. Enlazando plumas grandes entre sí, y asegurándolas con cera junto con otras más pequeñas.
Cuando todo estaba listo, ambos probaron sus alas y vieron que era posible alzar el vuelo. Dédalo advirtió a Ícaro "No debes planear bajo o te atraparán. No debes planear alto o el sol derretirá tus alas. Debemos partir."
Dédalo probó sus alas, salió de la torre, también de la isla, y cayó en lugar seguro. Pero miró atrás y estaba solo. Su rostro se ensombreció y pudo imaginar la tragedia.
Ícaro probó sus alas. Salió de la torre. Saboreó la libertad. Comenzó a ascender. El cielo era cada vez más luminoso. Calidez en su cara. Siguió subiendo. Sus alas comenzaron a perder fuerza. Se cayeron. Pero él siguió agitando los brazos, y dando gracias por poder, al menos una vez en su vida, volar.
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A veces nos dejamos fascinar demasiado cuando vemos el sol en vez de poner los pies en la tierra...
ResponderEliminarMe encanta la mitología, esta historia en particular...
ResponderEliminarqué bonito..quién pudiera volar..al menos una vez...
ResponderEliminarbessis!!DE RAZA-